Antes de bajar de la colina trágica besó por última vez la sangre seca en el madero y buscó los clavos con que el Mártir estuvo suspendido en él. Pero no los encontró. —Seguramente –dijo–, algunos de los íntimos los ha recogido. –Y se dirigió hacia el sepulcro que distaba sólo unos doscientos pasos, pero cuya entrada quedaba confundida entre los barrancos y matas de espinos que era lo único que crecía en aquel árido lugar.